16 de marzo de 2013

Discurso político



Uno de los perjuicios que ha originado la expresión políticamente correcto es olvidar que, a diferencia de lo que ahora se entiende como tal, existen determinadas prácticas que sí son, efectivamente, políticamente correctas. Una de ellas es, según creo, la de decir algo en las declaraciones ante los periodistas. Más exactamente, la de decir algo que tenga un mínimo de racionalidad y, a poder ser, un mínimo de relación con la actividad pública del declarante.

Para empezar, ¿saben ustedes qué son los canutazos? Así se denominan en el argot periodístico las declaraciones que los políticos y otros famosos hacen ante los micrófonos -canutos- que les tienden los diversos medios de comunicación. Yo me enteré de su existencia cuando alguien avisaba en internet que a tal hora y en tal lugar fulano iba a dar un canutazo. De lo que deduje que, al menos en algunas ocasiones, no es todo tan imprevisto como le parece al telespectador...

Pues es precisamente en los canutazos donde el fenómeno contrario -el no decir nada- es más palpable. Horas y horas de declaraciones que son simple fuego de fogueo, pólvora dialéctica sin un mal perdigón argumental que alojar en la sesera. Eso sí, cada quien se esfuerza por salir del trance con cierto donaire, sabedor de que, en cualquier caso, sus palabras abrirán los telediarios. De esa necesidad han ido naciendo frases hechas muy útiles; así, ante las declaraciones de otro suelen decir: "Eso, a quien debe usted preguntárselo es precisamente a él..." O, en vez de calificar de bueno o de malo algún suceso, dicen: "Creo que es una buena/mala noticia...". O, en general, emplean una respuesta que consta de dos frases, hábilmente dislocadas por la expresión: "Dicho esto...", consiguiendo así afirmar una cosa y su contraria.

Lo cierto es que muchas veces acaban por no decir nada. Nada con sujeto verbo y predicado, que es como hay que decir las cosas. Luego se quejan de que su descrédito aumenta y piensan que es sólo por los casos de corrupción. Creo que, a la vez, está la falta de respeto a las audiencias, a los electores, que supone el no decir nada. Dan la impresión de carecer de cualquier especialidad y de cualquier conocimiento. Y no pido citas clásicas acerca de la democracia ateniense o de los padres fundadores de la Unión. Me bastaría con una opinión sencilla pero clara y fundamentada. O sea, algo que se pueda puntuar al menos con un cinco.

Claro que, en realidad, quizá no es posible mantener el tipo cuando teóricamente uno ha de tener en la cabeza la macroeconomía de un país, o su sanidad, o sus obras públicas, o su hacienda, o su educación o... ¡todo junto! Por lo que no les queda otra posibilidad que fingir que lo dominan. Y, claro, a partir de ahí los balbuceos comienzan a predominar, como si fuesen malos estudiantes en pleno examen oral. Si a eso le añadimos que cuanto digan ha de ser además políticamente correcto, pasamos insensiblemente del balbuceo al carraspeo. Que es donde me temo que estamos.