Mi tía Julia utiliza de vez en cuando una expresión popular que hoy resulta casi desconocida: los males entran por arrobas y salen por adarmes. Es un modo de decir que el infortunio llega muchas veces en tromba, como el agua en las inundaciones, y, por el contrario, se marcha muy poco a poco, cubo a cubo, por seguir con el ejemplo anterior.
Ambos términos, arrobas y adarmes, son muy sonoros. La Academia nos recuerda que proceden del árabe y que son medidas de peso: la arroba equivale a 11.5 kilogramos y el adarme a 1.79... ¡gramos!
También recoge la Academia el uso de las expresiones por arrobas (abundantemente, sobrada y excesivamente) y por adarmes (en cortas porciones o cantidades, con mezquindad), sobre las que acertadamente descansa el dicho popular.
Traigo esto a colación porque me parece que refleja con mucha precisión un rasgo de la realidad que nos repugna particularmente. No tanto el que llegue el mal en abundancia cuanto que tarde tanto tiempo en desaparecer del todo. Quizá porque la tecnología nos ha introducido en la ilusión de que todo es instantáneo y de que para cada mal hay previsto un botón que inmediatamente lo corrige...
Mi sorpresa ha sido encontrar el dicho en un conocido artículo político de Francisco Silvela, España sin pulso, publicado en Madrid, el 16 de agosto de 1898. Copio el párrafo en cuestión, muy de aplicación a los tiempos que corren:
"El efecto inevitable del menosprecio de un país respecto de su poder central es el mismo que en todos los cuerpos vivos produce la anemia y la decadencia de la fuerza cerebral: primero, la atonía, y después, la disgregación y la muerte. Las enfermedades dice el vulgo que entran por arrobas y salen por adarmes, y esta popular expresión es harto más visible y clara en los males públicos."
¡Paciencia, pues!