Hemos estado unos días de viaje por Irlanda. Si por su verdor siempre se la ha denominado isla esmeralda, pienso que también le cuadra ese color esperanza que ha popularizado la canción del argentino Diego Torres.
El recorrido por la isla presenta numerosos lugares en los que se mezclan la historia, el arte y, sobre todo, la naturaleza, proporcionando al viajero intensas sensaciones estéticas. Al tiempo, destaca su antigua tradición intelectual: ahí está la biblioteca del Trinity College en Dublín y la abultada nómina de literatos irlandeses, incluyendo cuatro premios Nobel y otros nombres tan conocidos como Joyce, Swift o Wilde.
Pero ahora, cuando se hacen cábalas respecto a la situación social y económica de los países intervenidos, conviene recordar que los irlandeses saben mucho de estrecheces y de imposiciones externas. Su relativamente reciente independencia (1922) así como la Gran Hambruna padecida a mitad del siglo XIX, (causante de millones de muertos y de la salida del país de un número aún mayor de personas), atestiguan una capacidad de hacer frente a las dificultades muy superior a la media.
Otras impresiones fundamentan el esperanzador futuro: una, muy evidente al respecto, es la sorprendente juventud de la población: ¡la mitad de sus habitantes está por debajo de los treinta años! Otra, la aparente liviandad de las estructuras estatales: a diferencia de lo que ocurre aquí, el Estado no abruma con su omnipresencia, actitud que la sociedad irlandesa parece agradecer.
Termino sugiriendo una visita a la web sobre turismo en Irlanda. Nos sorprendió gratamente a la hora de preparar el viaje y, una vez allí, comprobamos que es parte de un excelente sistema de información al visitante. Quizá una muestra más de su tradicional capacidad de acogida.
Aquí, pronto, los menores de 30 años serán más de la mitad de la población también; sin pensiones, sin paro, sin trabajo, sin sanidad... ya me dirás quién va a llegar a los 30 años en este país que una vez se llamó España.
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