Mi buen amigo Ponciano Olivares
acaba de subir a la red una suculenta galería
de óleos ministeriales. Aunque, según me ha confiado, sólo ha colgado fotos de ex-ministros relativamente
recientes en las que el retratado posa durante la inauguración de su propio
retrato, el post contiene casi una
veintena de instantáneas. Y dice Ponciano que aún cuenta con bastante material
inédito para próximas entregas...
De vez en cuando salta la noticia
de que tal o cual político ha encargado su retrato oficial a tal o cual pintor,
ascendiendo la minuta del encargo a tanto o cuanto, cantidad que religiosamente
abonará la institución que engalanará sus pasillos con el futuro óleo. Como es
lógico, los contribuyentes juran en arameo, aunque sin resultado alguno. Y los
periodistas, tras la primicia, acaban contando las anécdotas de rigor: que si
fulano lo pintó él mismo, que si mengano se negó a posar, que si zutano prefirió una
fotografía, etc., etc.
Realmente el asunto se las trae. Tanto
por la falta de sincronía con la época -desde la fecha de los primeros retratos
que se exhiben en los Ministerios pasó entero el siglo de la fotografía y va
mediado ya el de la imagen digital-, como por el frontal desafío que tal práctica
supone para las sencillas y firmes convicciones democráticas de la mayor parte
de los ciudadanos. Claro que, respecto al eventual influjo negativo del retrato
en los votos al retratado, hay que tener en cuenta que lo normal es que el
retrato se haga ya post mortem, políticamente
hablando.
A mí me preocupa especialmente la
falta de una ordenación racional del fenómeno. Y no es que eche en falta lo que
normalmente se conoce por una ley
integral (de retratos oficiales, en
este caso), sino que alguien debiera poner coto a la proliferación de óleos a
cargo del erario ¡Ojalá fuesen retratados únicamente los ex-ministros! Consejeros
autonómicos, presidentes de parlamentos regionales, de diputaciones, alcaldes,
rectores, directores de Escuelas Técnicas, en fin, una multitud que día a día
aumenta. Porque esa es otra: las crisis se suceden, caen unos y otros gobiernos
y de todo ello sólo se alegra -y con razón- el gremio de los retratistas.
¡Qué tiempos aquellos en los que
la memoria de los próceres se custodiaba mediante pública suscripción! Quizá
ahora, con la crisis, a alguien se le ocurra ofertar los retratos a los
familiares supérstites o, si faltasen, venderlos en pública subasta, una vez desafectados
del fin público para el que fueron originariamente creados.