4 de octubre de 2012

Retratos de ex ministros



Mi buen amigo Ponciano Olivares acaba de subir a la red una suculenta galería de óleos ministeriales. Aunque, según me ha confiado, sólo ha colgado fotos de ex-ministros relativamente recientes en las que el retratado posa durante la inauguración de su propio retrato, el post contiene casi una veintena de instantáneas. Y dice Ponciano que aún cuenta con bastante material inédito para próximas entregas...

De vez en cuando salta la noticia de que tal o cual político ha encargado su retrato oficial a tal o cual pintor, ascendiendo la minuta del encargo a tanto o cuanto, cantidad que religiosamente abonará la institución que engalanará sus pasillos con el futuro óleo. Como es lógico, los contribuyentes juran en arameo, aunque sin resultado alguno. Y los periodistas, tras la primicia, acaban contando las anécdotas de rigor: que si fulano lo pintó él mismo, que si mengano se negó a posar, que si zutano prefirió una fotografía, etc., etc.

Realmente el asunto se las trae. Tanto por la falta de sincronía con la época -desde la fecha de los primeros retratos que se exhiben en los Ministerios pasó entero el siglo de la fotografía y va mediado ya el de la imagen digital-, como por el frontal desafío que tal práctica supone para las sencillas y firmes convicciones democráticas de la mayor parte de los ciudadanos. Claro que, respecto al eventual influjo negativo del retrato en los votos al retratado, hay que tener en cuenta que lo normal es que el retrato se haga ya post mortem, políticamente hablando.

A mí me preocupa especialmente la falta de una ordenación racional del fenómeno. Y no es que eche en falta lo que normalmente se conoce por una ley integral  (de retratos oficiales, en este caso), sino que alguien debiera poner coto a la proliferación de óleos a cargo del erario ¡Ojalá fuesen retratados únicamente los ex-ministros! Consejeros autonómicos, presidentes de parlamentos regionales, de diputaciones, alcaldes, rectores, directores de Escuelas Técnicas, en fin, una multitud que día a día aumenta. Porque esa es otra: las crisis se suceden, caen unos y otros gobiernos y de todo ello sólo se alegra -y con razón- el gremio de los retratistas.

¡Qué tiempos aquellos en los que la memoria de los próceres se custodiaba mediante pública suscripción! Quizá ahora, con la crisis, a alguien se le ocurra ofertar los retratos a los familiares supérstites o, si faltasen, venderlos en pública subasta, una vez desafectados del fin público para el que fueron originariamente creados. 


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