Semblanza de los meses del año
Enero
Hay
algo de infancia en este mes. El año aún carece de historia y, por eso, de
pesadumbres. Más de una vez, la mano se equivoca al escribir la fecha, como un
escolar que no acierta con sus primeros “palotes”. Enero transmite la sensación
de que sólo hay futuro.
Al tiempo, toda la maquinaria
social vuelve a ponerse en marcha en cuanto se desvanecen los festejos. Y,
curiosamente, apenas queda nada de todo aquello. Quizá porque, a medida que
pierden su sentido personal, son más bien un acto reflejo que se produce cuando
aparecen los adornos y las cenas, y cesa en cuanto estos estímulos externos
desaparecen. Claro que también puede ser una simple cuestión de rechazo del
exceso, de hartazgo.
En todo caso, cada cual se ve,
una vez más, ante otro principio, ante una nueva caminata de la que conoce el
trazado y el color de las etapas pero de la que desconoce todo lo demás.
Comenzando porque, en rigor, nadie puede asegurar que podrá culminar el
recorrido. Quizá por eso, Enero se toma con tiento. Más adelante, ya con la
velocidad adquirida, aparecerá una cierta sensación de confianza, de estar de
nuevo en una travesía que resulta
familiar.
A
Enero le disculparemos cualquier contrariedad atmosférica, pues se acepta el
reinado de la estación invernal. Y le agradeceremos cada una de sus bonanzas,
que no suele escatimar. Días de sol, a pesar de las bajas temperaturas. Días
más templados, quizá con nieblas, pero sin viento. Y el mayor reconocimiento
surge cuando se comprueba que los días van creciendo, que hay más horas de luz.
Es un gran regalo que este mes deposita suavemente ante nosotros, día a día.
Con todo, sus semanas pueden
resultar fatigosas. Queda mucho por hacer. Los doce meses anteriores ya no
cuentan. Y como estamos convencidos de que hemos de progresar siempre y sin
altibajos, resulta difícil aceptar que la vida es un conjunto de comienzos.
Febrero
La sabiduría popular le tilda
de “loco”. Y algo de eso hay. De entrada, sus días suponen una excepción
numérica a la cantinela de 30 ó 31 que acompaña a sus hermanos. Y, para colmo,
ni siquiera esta cifra singular es fija: cada cuatro años adopta un día más, un
día que encuentra no se sabe dónde, pero que resulta tan legítimo como los 28
precedentes.
A lo
mejor su menor talla en el calendario es la causa de sus extravagancias. Como
si no se hubiese terminado de formar -en el misterioso seno del tiempo-,
Febrero es probablemente el mes menos fiable del año. Carnavalero él, durante
sus semanas el invierno suele disfrazarse de primavera para devolvernos a la fría realidad en cuanto se
quita la careta. Como en un desfile, los días alternan su condición
meteorológica sin otro objetivo que mantener la atención del espectador.
Febrero
es un mes de paso. Se sabe que no es el momento de resolver las grandes
cuestiones. La Naturaleza ya anuncia un tiempo mejor y, de modo inconsciente,
confiamos en él para afrontarlas. Tarde a tarde, los días de Febrero se
despiden con un poco más de luz. Y las primeras floraciones nos sorprenden
también en estas fechas, reiterando su audacia secular. Son los signos de que,
a diferencia de los meses anteriores, avanzamos hacia un ambiente más propicio,
más vital.
El
calendario propone a Febrero como el lugar de las sensaciones opuestas, de las
arduas deliberaciones interiores, casi nunca bien iluminadas. Es el arquetipo
de lo contradictorio, de los cambios sin razón visible, del arte de sobrevivir
cuando apenas se comprende ni el entorno ni la propia interioridad. Acoge esas
situaciones en las que es difícil distinguir los argumentos reales de los que
danzan disfrazados.
“Febrerillo
el loco”: invierno real y primavera adelantada, máscaras y ceniza. ¡Menos mal
que acaba pronto!
Marzo
Con Marzo el año llega al uso
de razón. Y hay muchos días para comenzar a ejercitar tan noble cualidad. El
clima suele ayudar con una cierta estabilidad, rota sólo por la llegada de la
nueva estación, muchas veces más presente en la poesía y en la flora que en lo
meteorológico propiamente dicho. Son semanas largas, sin interrupciones
festivas, en las que no queda más remedio que afrontar la vida.
Como
tantas cosas, este mes tiene su aspecto paradójico. Parece simple, llano,
susceptible de ser transitado con seguridad. Sin embargo, con frecuencia esconde
entre sus días acontecimientos trascendentales, que vienen de improviso. Cuando
escribo, en el 2004, Madrid y España entera pueden dar buena fe de ello. Pero
no es algo nuevo; desde el año 44 a.C. son célebres los “idus” de este mes.
Quizá por haber sido en la antigüedad el primer mes del año no se resigna ahora
a ser uno más y se empeña en llamar la atención como sea.
Con
todo, probablemente sus bienes sean mayores que sus males. Comienza el ciclo
vivo de la naturaleza, el predominio de la luz y, un año más, la esperanza en
la próxima fecundidad. Aún se está lejos de ella, ciertamente, pero esa
distancia contribuye al predominio de la imaginación sobre la realidad de lo
que efectivamente llegará. ¡Tantas veces
es mejor lo presentido que lo finalmente obtenido...!
Marzo
suele dejarnos a las puertas de la Semana Santa, cuya determinación exacta en
el calendario responde a criterios a menudo indescifrables para el común de los
fieles. Así, puede ser tanto este mes como el que le sigue quien albergue esas
fechas singulares. Lo que importa es que, terminado Marzo, dejamos atrás una
cuarta parte del año y la orquesta hace una pausa larga para volver a templar
los instrumentos y colocar en los atriles una nueva partitura.
Abril
En
Abril todo es división de opiniones. “Parte su tiempo abril entre llorar y
reír”, asegura el refranero, recogiendo el carácter inestable del mes. Aunque,
para decirlo todo, la sabiduría popular se muestra más bien en contra: “No hay
abril que no sea vil, al principio, al medio o al fin”. Bien es verdad que lo
que principalmente le imputan es su capacidad de dar al traste con los frutos
de la labranza, de modo inesperado y traicionero.
El
habitante de la ciudad, menos pendiente de semejantes fechorías, se limita a
comprobar la poca fiabilidad meteorológica del mes. Habrá de alternar, de un
día para otro, la camisa de verano con el abrigo y, sobre todo, no podrá perder
de vista el paraguas. Ya se sabe: “aguas mil”. Todo este revuelo climático
termina por despertar definitivamente a la naturaleza, que nos sorprende
siempre con súbitas fecundidades.
Amén
de los agricultores, hay otros dos grupos de personas que van casi a rastras
por las semanas de este mes. Son dos tribus dignas de compasión: los alérgicos
y los depresivos. Los primeros, infectados desde fuera; los segundos, heridos
desde dentro. Para ambos, la primavera ya asentada supone una particular crisis
en sus dolencias. En el segundo caso, resulta fácil comprender que este mes
típicamente “bipolar” altere a quienes ya llevan esta característica en su
interior.
Usos
más o menos recientes han tratado de lastrar la fugacidad abrileña con el peso
ingente de cuanto han dado de sí las imprentas del planeta desde su invención.
Libros, libros y más libros. Objetos verdaderamente singulares, capaces de
transmitir el espíritu humano a través de tinta y pasta vegetal. Objetos
inertes, sin pilas ni control remoto, pero que son el fundamento último de
cuanto vemos, oímos o decimos.
“Las
mañanitas de abril son buenas para dormir”, dice otro refrán sorprendente. Si
fuese por dedicar las madrugadas a leer...
Mayo
“Ya viene mayo por esas
cañadas espigando trigos y segando cebadas”. El refranero, sin abandonar su
habitual realismo agrícola, se permite una nota de poesía cuando se refiere a
este mes: “Ya viene mayo por esas cañadas...” Casi recuerda a los textos
místicos de San Juan de la Cruz. Y es que Mayo es el lugar idóneo para la
exaltación de lo “florido y hermoso”.
En
todas partes cunde ya la sensación de cosa hecha, se empieza a ver el final de
la tarea que, normalmente, comenzó antes del invierno. Y coinciden dos
precipitaciones: la de acabar con urgencia la labor y la de comenzar cuanto
antes la vacación, al menos en su nada desdeñable fase de preparar viajes y
estancias, a dos o tres meses vista. En realidad son estos dos esfuerzos
combinados los que acaban produciendo un lamentable estado nervioso en las
jornadas realmente previas al abandono temporal de las obligaciones habituales.
“Mayo entrado, un jardín en cada prado”. Por eso
es tiempo de salir al campo, aprovechando el breve interludio que concede la
meteorología; muchas veces, aún no se han ido las ventiscas cuando ya llegan
los bochornos. Se multiplican las actividades al aire libre, también las de
corte social más o menos multitudinario (bodas, comuniones...). A todas suele
conceder el mes un marco apacible, con excelentes temperaturas, que no excluyen
el chaparrón o la tormenta.
Los primeros
calores desencadenan la eterna discusión sobre el modo en que cada cual percibe
el incremento de la temperatura. Y hay que reconocer que los partidarios del
“yo lo que peor llevo es el calor” suelen aducir bastantes más argumentos que
sus contrarios, los del “pues a mí el calor me encanta”. Posiblemente, estos
tienden a identificar calor con color y se apuntan espontáneamente a la
inminente explosión de vida que la publicidad vincula a la época estival. Pero
aún es pronto para hablar del verano: “Hasta el cuarenta de Mayo...”
Junio
Es un
mes difícil de vivir. Trae consigo la exigencia de culminar, un esfuerzo
específico ante el que es fácil tirar la toalla. Pero, al tiempo, hay mucha
facilidad para no estar en lo que se debería estar. Desde la cima -cada vez más
próxima- del acantilado hacia el que avanzamos, llegan ya aires salobres y
brisas marinas. Se huele la vacación. Y el cambio casi inminente dificulta la
concentración necesaria para rematar lo hecho en los meses anteriores. Es
verdad que también en Julio habrá oportunidad de trabajar, pero será ya en
campo contrario, desafiando a los elementos climáticos y sociales.
Junio,
en el termómetro, es capaz de ofrecernos sobresaltos o caricias. Podremos
acabar contra las cuerdas, golpeados por un sofoco tan imprevisto como
inmisericorde. O regalados por días de amable temperatura veraniega, con
tormentas vespertinas que se encargan de regular el consabido mercurio. Vienen
entonces esas mañanas gratas, prólogo de días que no acaban nunca, días de
junio, noches de san Juan...
Con
todo, la sensación del mes es la de cansancio. Quizá porque fue sembrada en la
niñez, con aquellos junios empedrados de exámenes finales. Quizá porque, frente
al maquinismo actual -las máquinas no necesitan descansar-, se hace patente la
distinta conformación de la persona, su fragilidad, sus altibajos, el efecto
que produce en el cuerpo y en el ánimo un esfuerzo prolongado o una larga
temporada de tedio y rutina. Probablemente las vacaciones no repondrán las
cosas al estado inicial, pero casi siempre aportarán un considerable alivio.
Con
junio acaba el segundo período importante del año. Es precisa una pausa para el
renovar el decorado. La gente cambia de aspecto, de ritmos y de anhelos. A la
ciudad le sale el sarpullido de las terrazas callejeras. Se transforma también
el campo: quedan atrás los verdes primaverales y domina el amarillo reseco de
la mies preparada para la siega o ya segada. Llega el verano, esa gran ola que
acaba desactivando tantas cosas.
Julio
Bien analizado, julio es un
mes con muchas trampas. De entrada, nos ha hecho creer que el calor asfixiante
es una cualidad propia de agosto, que no lo sufriremos bajo su reinado. Y no es
verdad: se puede pasar tanto o más calor en julio que en agosto. Unos llevan la
fama y otros cardan la lana. Además, por aquello de los días largos, el calor
de julio suele ser inacabable, desmoralizador. Los días calurosos se suceden
sin que nada sea capaz de detenerlos y, generalmente, nos sorprenden sin haber
ensayado las necesarias rutinas de defensa.
También
es un mes tramposo en cuanto al trabajo. Pasa por ser mes de vacaciones
mientras que, en realidad, muchas actividades tan sólo cambian de aspecto. Es
prototípica la imagen del cabeza de familia trabajando en la ciudad y
desplazándose periódicamente a la sierra o a la playa, donde descansa el resto
del clan. O la del profesor agobiado por congresos o conferencias en los
innumerables cursos de verano que se organizan durante este mes. Por no hablar
de los cientos de personas que temen estos días a causa de los agobios que
genera la compulsión colectiva de “dejar todo terminado antes de las
vacaciones”, o sea, agosto.
Pero
no todo es negativo. Julio, lo quiera o no, proporciona ocasiones de quietud.
Se ralentiza la vida, se abren puertas a la naturaleza, se visitan lugares. Y
el espíritu enseguida aprovecha esas oportunidades para hacerse presente, para
liberarse de la férrea opresión a la que habitualmente le sometemos. Surgen así
ideas, consideraciones, sentimientos. El verano, pese a sus rigores, es un
momento apropiado para la reflexión, siempre que no la concibamos
exclusivamente como arduo raciocinio.
Julio
es añoranza de la edad infantil y juvenil, cuando el verano era largo -¡más de
dos meses!- y casi todo cabía en él. Piscina, playa, estancias prolongadas en
casas de familiares... Se perdía de vista el colegio y todo eran oportunidades.
¡Entonces sí que valía la pena!
Agosto
Es, probablemente, el mes más
singular. El hilo conductor de todos sus hermanos -la actividad, las
ocupaciones- casi desaparece durante su mandato. La sociedad tiende a desencuadernarse,
nadie está donde solía y nada puede encontrarse donde antes se hallaba.
Pero, ojo, nada de visiones
simplistas a la antigua usanza. No es tanto el que la ciudad se vacíe y se
llenen las playas. No es un único movimiento de traslación, el tradicional
veraneo. Por decirlo de algún modo, el agua ya caliente de julio llega al punto
de ebullición en agosto y el líquido social se torna ingobernable. Se habla con
naturalidad de “millones de desplazamientos”, justo lo que sucede en las
moléculas enloquecidas por el calor. Hay incontables viajes, múltiples
peripecias, “paquetes vacacionales”, días en los pueblos de origen alternados
con exquisitas tournées por Centroeuropa...
De algún modo, la ciudad
recibe su merecido. Puede constatar que si permanecemos en ella el resto del
año no lo hacemos precisamente por sus encantos. En cuanto es posible, la
traicionamos muy a gusto. Ella sabe que en septiembre seremos suyos de nuevo,
pero así queda clara la desafección que nos suscita. Más aún si es grande y calurosa.
La ciudad vacía de agosto debería convertirse en jubilosa profecía de un mañana
en el que la vida sea de otro modo, aunque sea necesario repensarlo todo de
nuevo.
Incluso ahora, en este mundo
inquieto y desabrido, agosto acaba siendo un eficaz lenitivo. Disminuye la
agitación, pierde fuerza la estupidez y cabe la posibilidad del crecimiento
personal. La realidad tiene una oportunidad para darse a conocer, bien por la
vía de la naturaleza, bien por la cordial ponderación del alrededor. Ojalá que
esa frase tan voltaica de “cargar las pilas” fuese referida a un esponjamiento
de las meninges, a una visión menos crispada de uno mismo. Feliz agosto si en
sus silencios escuchamos la voz de la sabiduría, que sólo habla al oído.
Septiembre
No es
un mes cualquiera. Y no porque sea importante, decisivo. Al contrario, tiene
cierto carácter de prescindibilidad. Es el mes provisional por naturaleza.
Frágil, inestable, pura transición. Quizá por ello es tan apto para tantas
cosas que no caben en los meses “serios”, donde se sabe bien lo que hay que
hacer.
Tiene
una primera nota de alivio. Se va el calor, se aligera el inmenso peso que ha
lastrado la iniciativa durante el estío. Sucede como a los que se entrenan para
caminar o para nadar con una carga encima y, luego, prescinden de ella a la
hora de competir. Se descubren así capacidades adormecidas y septiembre se
convierte en momento de oportunidades.
Es,
por ejemplo, el mes por antonomasia de las fiestas populares, de las
castellanas “ferias”, hoy convertidas en el necesario epílogo de todo un verano
de distensión. Se viven en el lugar de origen, entre los de siempre, por más
lejos que se haya viajado en los meses precedentes. Tienen siempre sabor a
despedida. Son la resistencia última ante la llamada de lo cotidiano, ya
sentida cuando la luz solar comienza a ser oblicua.
Septiembre
propicia la conversación, el “contar”. Se busca la ocasión de coincidir con el
amigo, con la amiga, y departir largamente. Lo hecho y sus porqués. Lo vivido y
sus circunstancias. También, lo sufrido y su huella... Es el reencuentro.
Aunque no se hayan realizado grandes giras, el verano siempre propicia la
excursión hacia el alrededor y la incursión en la propia realidad.
Probablemente
el año no podría entenderse ni vivirse sin Septiembre. Es, en términos
técnicos, la “junta de dilatación” del conjunto férreo de los restantes meses.
Cuando termina, ya se ha iniciado el “vals de otoño” que periódicamente
interpreta la naturaleza. Pero, como cada año, Septiembre habrá resultado inolvidable.
Octubre
Qué
duda cabe de que es un mes “serio”. Aunque ya adelanto que el mes serio por
excelencia es el que le sigue, Noviembre. Frente a él, Octubre obtiene su
relativa amabilidad de la transición que se produce bajo su mandato. Es todo un
prodigio comenzar con el último verano y acabar con el primer invierno.
Octubre
es escarpado. Y presenta una progresiva inmersión en el mundo de la actividad,
de los compromisos de cualquier tipo. Como el cambio es la especialidad de la
casa, logra que la progresión resulte hacedera, aunque se note semana a semana
cómo las cosas van tomando relieve y velocidad.
Inmemoriales
tradiciones escolares le marcan. Peor aún: nos marcan a todos, a pesar de que
estemos a años luz de pupitres y lapiceros. Por eso se crea la atmósfera
colectiva de que algo está empezando, de que es el momento oportuno para trazar
planes, para establecer objetivos e iniciarse en cualquier cosa... Afortunadamente, en muchas ocasiones los
primeros fríos aquietan la floración de propósitos.
En
octubre se escapa la luz solar casi sin hacer las maletas. Incrédulos, miramos
al cielo en sus atardeceres con la sensación del estafado. Y recordamos las
recientes tardes de verano, inmensas, inacabables, casi excesivas. A cambio,
comienza el maná vegetal. ¿Cómo van a ser hojas muertas esas que vuelan con
tanta vitalidad, mejor vestidas que nunca? Nos acompañan todo el mes, posando
multicolores en el árbol o viniendo a nuestro encuentro con ocasión del menor
vientecillo.
En
octubre comienza la etapa de mirar más de cerca a quienes nos rodean. Porque se
está más en casa. Porque es preciso sentarse a trabajar con unos y otros. Quizá
porque la adivinación de los árboles desnudos haga presente lo desapacible de
la soledad.
Noviembre
Noviembre nace festivo. En su
constante girar, la ruleta se para cada año en el día primero de este mes. Y,
entre flores y frío, viene la visita a los cementerios, lugares que no suelen
formar parte de la mentalidad cotidiana. Hay afecto, melancolía, tristeza...
Mil voces subterráneas susurran al oído de los visitantes. Cada cual rebobina
un poco de su historia personal. Los más, rezan una oración. Casi todos ponen
flores. Ha empezado Noviembre.
Como
contraste, la aparición de las castañeras reactiva la infancia. En su modestia,
ofrecen frutos muy poco distinguidos: castañas, boniatos... El transeúnte
apenas se detiene, pues el frío ya se ha hecho presente y conviene apretar el
paso. El sol, cuando comparece, hace jornada continua. Es preciso aprender a
vivir sin su luz durante muchas horas.
Durante
este mes se ensaya el ritmo de vida que se supone debería ser el habitual.
Horarios ceñidos, ir y venir... Además, la mayor parte de los sucesos que
tienen periodicidad anual se acumulan precisamente en estas semanas. El resultado
es, año a año, el mismo: “¡así no hay manera!” Por lo que ya diciembre se
estrenará con una guirnalda de fiestas, y “lo normal”, salvo alguna que otra
recaída previa a la primavera, quedará pospuesto al siguiente Noviembre.
Es un
mes que puede hacerse muy largo. Por el ritmo descrito, sí, pero, más aún, por
la falta de perspectivas. Las Navidades, antes meta lejana y festiva, irrumpen
ahora como una fastidiosa actividad de
larga duración comercial. Pese a todo, un buen día surge la mágica constatación:
“¡Ya estamos en diciembre!” Y Noviembre, mes serio, estremecido por el recuerdo
del más allá y los rigores de la vida presente, vuelve al armario de los meses,
con un puñado de castañas, ya frías, en los bolsillos.
Diciembre
Su inicio siempre es grato. Se
ha llegado al fin del proceso, el año está ya en las últimas. Pero pronto
aparece la desazón pues algunas costumbres recientes lo han vuelto complicado y
fatigoso con la excusa de las fiestas. Convenciones de dudoso origen han hecho
que este mes se convierta en una carrera de fondo o, mejor, en una larga etapa
de montaña con dos puertos de primera especial, navidad y nochevieja. Etapa que
finalizará en el mes siguiente con un último pico, nada desdeñable, el día de
reyes. Así, a la suave esperanza de antaño se ha superpuesto una tensión
perturbadora.
Con todo, aún disfrutaremos de
momentos típicos de este mes. Como cuando conjuga admirablemente el frío y el
sol, con una armonía especial. O cuando parece que la fuerza del astro se
debilita y sólo alcanza a permanecer tras la niebla horas enteras produciendo
una luz plateada y confortable. Por supuesto que puede haber heladas y, de vez
en cuando, esa nieve que humaniza la ciudad y acaricia los campos.
Diciembre obliga al balance,
al objetivo recuento del haber y el debe. Puede que los logros hayan sido
escasos teniendo en cuenta la inmensidad de tiempo que supone todo un año
gastado. Y surge la conciencia de la propia limitación, la clave más certera
para entender la condición humana. Convendrá tomar nota y sentar las bases para
que el nuevo año resulte mejor. Es un favor que nos hace Diciembre y que envuelve entre festejos.
Como esto de los meses no es
lineal sino circular, a Diciembre le toca el engarce con el primero de la
siguiente serie, con enero. Ambos se llevan muy bien, quizá por pasar tanto
tiempo juntos. Son muy conscientes, además, de lo importante que es su
actuación sincronizada, pasando el relevo en el momento justo. Una distracción
sumiría a la humanidad en el desorden y en el caos. Pero no hay peligro; hasta
ahora nunca han fallado en esa difícil maniobra que muchos jalean entre uvas y
champán.
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