21 de mayo de 2013

La apoteosis de lo saludable




Hubo tiempos en los que los estudiosos se preguntaban por la verdad, los pensadores discurrían acerca del bien y del mal e incluso había espíritus cultivados que debatían en torno a la belleza... Hoy las cosas son de otro modo: aunque haya determinados restos de inquietud por esas cuestiones, difícilmente traspasan la frontera de la opinión pública. 

Y lo curioso es que tal ocultamiento, crepúsculo o agonía no ha dado paso propiamente a un vacío cultural. Por el contrario, parece como si permaneciera el mismo fervor formal de antaño aunque hogaño la sustancia sea muy otra: o sea, la misma joya, pero en bisutería. Intentaré ilustrar el anterior aserto con algunas hipótesis, comenzando por la actual apoteosis de lo saludable.

Pienso que la tradicional preocupación sobre qué sea el hombre así como las cuestiones conexas al de dónde vengo y a dónde voy -la antropología filosófica en definitiva-, ha dejado paso a una obsesión mucho más llevadera que se centra exclusivamente en lo que es saludable, en una gigantesca preocupación por los aspectos más variopintos de lo que es bueno o malo... para la salud corporal.

En efecto, lo relativo a la salud ha crecido, diríase que de modo cancerígeno, hasta llenar multitud de espacios de opinión. Hoy casi todo se aprecia desde este aspecto. Y este aspecto es, muchas veces, el único que se aprecia. Y proliferan estudios científicos, programas matinales de televisión, libros, revistas (gratuitas para los clientes de las farmacias), innumerables sitios de Internet, consultorios radiofónicos, etc., etc. 

A su vez, esta drástica reducción de la antropología a la salud ha sido la antesala de otra que ha llevado a restringir lo saludable exclusivamente a la alimentación, menudeando los estudios y debates en torno a la conveniencia o no de tales o cuales alimentos, al establecimiento de dosis diarias recomendadas de muchos de ellos o al culto reverente de determinadas dietas, mediterráneas o no tanto. 

Finalmente ha sido posible arribar a un nuevo axioma fundante, ampliamente asumido y difundido: Somos lo que comemos. Sobre él se edifica segura la nueva antropología, ciertamente alejada de las antiguas preguntas fundamentales.



26 de abril de 2013

Palabras de moda




Gran tragedia esta de las palabras de moda. Como los fuegos artificiales, durante unos instantes parecen llenarlo todo con su resplandor. Pero acaban siendo un desecho del idioma como los negros palitroques del luminoso artificio una vez acabada la función.

Me refiero en especial a esos vocablos que, misteriosamente, de pronto comienzan a estar presentes aquí y allá, tanto en los medios informativos como en todo tipo de comunicación, verbal o escrita. En realidad quizá lo que realmente sucede es que -a modo de células cancerígenas- crecen devorando cuantos sinónimos pacíficos y honrados les rodeaban hasta ese momento. Y entonces comienza su reinado, su omnipresencia realmente avasalladora, aunque forzosamente breve dado el brutal desgaste al que son sometidos.

Veamos algunos ejemplos bien expresivos de este fenómeno ¿Desde cuándo se emplea el término evento para referirse a lo que antes se conocía castizamente como BBC, es decir, bodas, bautizos y comuniones? Bien es cierto que ahora, con evento, se llega más lejos y ya es un término plenamente aceptado en los ambientes oficiales y empresariales, además de constituir el sustrato básico del mundillo del espectáculo. Pero resulta asombrosa la penetración de la palabra en todo tipo de conversaciones y mensajes, también en los ámbitos familiares y de amistad.

Otro caso: ¿Porqué desde hace algún tiempo casi todo es emblemático  o es icono de algo? No me negarán que ambos vocablos apenas eran empleados hace pocos años. Es más, incluso todo aquello relativo a los emblemas aparecía como singularmente trasnochado para la mentalidad dominante. Y ahora, de repente, casi todo es emblemático o, como muchas veces se dice, de lo más emblemático... Por su parte, aunque entiendo el auge que la informática ha proporcionado al icono, no llego a explicarme el uso universal que se hace de esta palabra. Quizá estemos padeciendo una invasión de emblemaníacos y de iconoplastas...

Me temo que en estos y en muchos otros casos similares hay un notable componente de presunción: pudiendo decir evento, ¿cómo decir solo acontecimiento o suceso? O, en el caso del emblema y del icono, ¿cómo abajarse a la ordinariez de sinónimos como representativo o imagen? Lo que pasa es que, por alguna otra razón misteriosa, la presunción rápidamente deriva en cursilería, la cual -como decían los filósofos acerca del bien- es de suyo difusiva. Y así va surgiendo imparable la retahíla de las palabras de moda. Quiero decir: que la emergencia de nuevos referentes verbales, lejos de constituir un evento puntual, es realmente un icono  y un emblema de la modernidad.



8 de abril de 2013

Guadalupe



Hace unas semanas tuvimos ocasión de visitar Guadalupe, lugar que a veces se deja de lado en las rutas turísticas por encontrarse algo alejado de las principales vías de comunicación. Desde aquí llamo a no cometer tal error y pongo esta nota para animar a visitarlo a cuantos circulen por el norte de Extremadura.

Cuentan las crónicas que la historia del santuario comienza a finales del siglo XIII, cuando un pastor de Cáceres encuentra la imagen de la Virgen María a orillas del río Guadalupe (Guadalupe significa río escondido) y decide levantar una ermita para adorar la venerable imagen, que había sido escondida por unos cristianos en ese lugar para protegerla de la invasión árabe.

Confiado inicialmente el Monasterio a la Orden Jerónima, a raíz de la exclaustración de 1835 pasó a ser parroquia de la Archidiócesis de Toledo hasta el año 1908, fecha en la que la Orden Franciscana recibió el encargo de restaurar la vida, edificaciones, instituciones y obras de arte de este singular monumento.

El santuario fue calificado como Monumento Nacional en 1879 y Nuestra Señora de Guadalupe fue nombrada Patrona de Extremadura en 1907. En 1993, la UNESCO lo declaró Bien Patrimonio de Humanidad. Hoy puede hacerse una completa visita del Monasterio y de los museos que contienen las edificaciones adjuntas. También la propia localidad (antigua Puebla) de Guadalupe encierra un singular encanto.

Por cierto, considerábamos al regreso la singularidad del norte de la provincia de Cáceres  en materia de Paradores de Turismo. En esa área, el viajero puede albergarse en cinco de ellos, estratégicamente situados: Jarandilla de la Vera (muy cerca del Monsaterio de Yuste), Plasencia, Trujillo, Cáceres y Guadalupe. Y es que cualquiera de esos destinos es una excelente ocasión de conocer mejor nuestra historia y nuestra cultura. 


16 de marzo de 2013

Discurso político



Uno de los perjuicios que ha originado la expresión políticamente correcto es olvidar que, a diferencia de lo que ahora se entiende como tal, existen determinadas prácticas que sí son, efectivamente, políticamente correctas. Una de ellas es, según creo, la de decir algo en las declaraciones ante los periodistas. Más exactamente, la de decir algo que tenga un mínimo de racionalidad y, a poder ser, un mínimo de relación con la actividad pública del declarante.

Para empezar, ¿saben ustedes qué son los canutazos? Así se denominan en el argot periodístico las declaraciones que los políticos y otros famosos hacen ante los micrófonos -canutos- que les tienden los diversos medios de comunicación. Yo me enteré de su existencia cuando alguien avisaba en internet que a tal hora y en tal lugar fulano iba a dar un canutazo. De lo que deduje que, al menos en algunas ocasiones, no es todo tan imprevisto como le parece al telespectador...

Pues es precisamente en los canutazos donde el fenómeno contrario -el no decir nada- es más palpable. Horas y horas de declaraciones que son simple fuego de fogueo, pólvora dialéctica sin un mal perdigón argumental que alojar en la sesera. Eso sí, cada quien se esfuerza por salir del trance con cierto donaire, sabedor de que, en cualquier caso, sus palabras abrirán los telediarios. De esa necesidad han ido naciendo frases hechas muy útiles; así, ante las declaraciones de otro suelen decir: "Eso, a quien debe usted preguntárselo es precisamente a él..." O, en vez de calificar de bueno o de malo algún suceso, dicen: "Creo que es una buena/mala noticia...". O, en general, emplean una respuesta que consta de dos frases, hábilmente dislocadas por la expresión: "Dicho esto...", consiguiendo así afirmar una cosa y su contraria.

Lo cierto es que muchas veces acaban por no decir nada. Nada con sujeto verbo y predicado, que es como hay que decir las cosas. Luego se quejan de que su descrédito aumenta y piensan que es sólo por los casos de corrupción. Creo que, a la vez, está la falta de respeto a las audiencias, a los electores, que supone el no decir nada. Dan la impresión de carecer de cualquier especialidad y de cualquier conocimiento. Y no pido citas clásicas acerca de la democracia ateniense o de los padres fundadores de la Unión. Me bastaría con una opinión sencilla pero clara y fundamentada. O sea, algo que se pueda puntuar al menos con un cinco.

Claro que, en realidad, quizá no es posible mantener el tipo cuando teóricamente uno ha de tener en la cabeza la macroeconomía de un país, o su sanidad, o sus obras públicas, o su hacienda, o su educación o... ¡todo junto! Por lo que no les queda otra posibilidad que fingir que lo dominan. Y, claro, a partir de ahí los balbuceos comienzan a predominar, como si fuesen malos estudiantes en pleno examen oral. Si a eso le añadimos que cuanto digan ha de ser además políticamente correcto, pasamos insensiblemente del balbuceo al carraspeo. Que es donde me temo que estamos.


26 de febrero de 2013

Nacionalidades y regiones



Las recurrentes noticias acerca de proyectos soberanistas me traen a la mente la curiosa regulación constitucional de la unidad de la nación, quizá prueba suficiente de que ya entonces se adoptó la confusión como la más clara regla de juego.

El texto de 1978 utiliza el sorprendente concepto de nacionalidad en su artículo 2: “La Constitución (...) reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones ...” Y, mientras que el concepto de región no presentó mayores dificultades, el de nacionalidad viene siendo verdaderamente discutido y discutible, por utilizar una expresión que más tarde hizo fortuna al hablar de estos asuntos. 

Durante el mismo debate constituyente, el senador Julián Marías estimó que el término era ambiguo, discriminatorio y peligroso. El también senador Camilo José Cela lo calificó sencillamente de innecesario. Por otra parte, en el diario de sesiones se contienen algunas memorables definiciones de nacionalidad, como la muy citada de Herrero de Miñón: Hechos diferenciales con conciencia de su propia, infungible e irreductible personalidad. Definición que no parece formulada por un jurista.

Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que la Constitución nos negó algo tan elemental como la definición de los términos nacionalidad y región así como la sencilla enumeración de unas y de otras. Se inició así una especie de competición entre los territorios y el Estado y entre los territorios entre sí que dura ya casi cuarenta años.

Me inclino a pensar que entre nacionalidad y nación hay una relación similar a la que suele establecerse entre enamoramiento y amor. En ambos casos, al principio todo es ebullición; como ahora en Cataluña. Luego, parece que todo se aquieta, como viene sucediendo en España, donde ni tan siquiera está bien visto hablar de nación. Por lo que pienso que harían bien los soberanistas en tener algo pensado para el día después...

Hablando de Cataluña, resulta tremendamente significativo el caso del Valle de Arán: desde 2005 reclama a la Generalidad catalana una unión libre y pactada de los dos territorios que sea la continuación de lo que se inició en el siglo XII con los Tratados de Amparanza firmados por los araneses, como hombres libres, propietarios de su país y solicita además un régimen político-administrativo especial en el que, por ejemplo, tengan cabida las federaciones deportivas típicamente aranesas... Mucho más claro que la Constitución, el vigente Estatuto de Cataluña ni siquiera menciona la palabra nacionalidad.


7 de febrero de 2013

La pensión de los expresidentes del gobierno



No sé si algún administrativista ha hecho ya un estudio concienzudo acerca de lo que podríamos denominar el curioso caso de los ex presidentes del gobierno. Si así no fuera, desde ahora animo a cualquier doctorando en busca de tema a reunir en una tesis cuanto atañe a esta singular figura político-administrativa. Yo sólo señalaré aquí un detalle de su régimen jurídico, la denominada pensión vitalicia.

En realidad no es una pensión en el sentido estricto de la palabra sino una dotación para gastos de oficina, atenciones de carácter social y, en su caso, alquileres de inmuebles. Pero el caso es que con ese motivo reciben, mientras viven, un sueldo mensual más que razonable, del que no tienen que dar cuenta a nadie y que, faltaría más, es compatible con cualquier otra remuneración, sea del tipo que sea y alcance la cuantía que alcance. En términos castizos, todo un sueldo nescafé, de esos a los que aspiramos  miles de españoles cuando enviamos las consabidas etiquetas....

Comentándolo en la oficina, los contertulios eran mayoritariamente favorables al citado sueldo y la división de opiniones sólo afectaba a la justificación teórica de tan consoladora asignación. Unos decían que mejor es eso que no la conducta del administrador infiel de los evangelios, que vio venir el cese y se preparó un cálido retiro a costa de renegociar las deudas del amo... Otros, muy dignos, se rasgaban las vestiduras ante la hipótesis de ver algún día a un expresidente en la miseria, con el consiguiente desdoro para la nación; mejor lo de la pensión, afirmaban, otorgando así un decente pasar a quienes un día nos representaron a todos.

Quedó claro en la charla de cafetería que la mayor parte de los congregados compartía al menos una de las siguientes tesis:

Primera: los presidentes del gobierno, si no se les da una pensión vitalicia, indefectiblemente causarán serios desperfectos al erario mediante turbios manejos que les aseguren la subsistencia física en el post mortem político.

Segunda: los presidentes del gobierno, una vez desalojados del palacio de la Moncloa, son presa del desempleo más pronto que tarde sin que les valgan de nada los muchos méritos y saberes que tuvieron que acreditar para residir en el citado palacio ni tan siquiera la exclusiva agenda que allí a buen seguro confeccionaron.

No sé si mis compañeros de café llegaron a reparar en la pobre opinión que en el fondo tienen acerca de las cualidades personales y profesionales de los presidentes pasados, presentes y futuros... Yo luego estuve mirando la legislación y observé que al principio (1983) la asignación se limitaba a los cuatro años posteriores al cese, convirtiéndose en vitalicia a partir de 1992, mediante una nueva regulación del asunto. Ah!, y desde 2004 pueden doblar o triplicar esa cantidad mediante la adjudicación ad personam de una plaza de consejero vitalicio en el Consejo de Estado. Se supone -al menos eso dice la nueva ley- que se trata de aprovechar así su impagable experiencia de gobierno (sí, han leído bien: impagable)


24 de enero de 2013

Latiguillos



Expongo a continuación unos cuantos latiguillos que menudean en los noticiarios, especialmente en los de la radio.

El más vistoso es el de que las cosas arrancan. Sean las que sean, no sólo artefactos a motor. Arranca la liga, arranca la pegada de carteles, arranca el otoño, arranca el debate sobre el estado de la nación, arranca...

Una vez en marcha, las cosas con frecuencia se interrumpen por un motivo o por otro. Es el momento del segundo latiguillo: el de la tregua y el respiro: mañana el frío nos dará una tregua, hoy la huelga nos dio un respiro, en este verano el calor no nos ha dado una tregua, ayer la oposición dio un respiro al ministro...

Claro que, en ocasiones, todo se va al traste y hay cosas que caen de modo abrupto e inesperado. Llega entonces el tercer latiguillo, el del desplome. No sólo la Bolsa se desploma a menudo, también los termómetros,  los partidos tras las votaciones, las audiencias de los medios en las oleadas del EGM, la recaudación tributaria durante la crisis y, aunque sólo de vez en cuando, hasta la prima de riesgo se desploma.

Otros latiguillos desempeñan las funciones que la gramática atribuye a determinados signos de puntuación. Por ejemplo, el punto y aparte es, en el argot informativo, el cambiamos de asunto, latiguillo inmisericorde presente en cualquier noticiario que pretenda una sensación de nervio y agilidad. Incluso a veces se emplea una variante superlativa, el cambiamos radicalmente de asunto cuando el propio locutor repara en lo mal que casan, por ejemplo, la autopsia de la última víctima con la nueva oferta municipal de cuentacuentos.

Continuando con los signos de puntuación, la expresión seguiremos muy pendientes de equivale normalmente al punto final del informativo. En realidad se trata de un nuevo intento de aparentar trepidación, amén de certificar la tensa vigilia de la redacción de informativos.

Sirva la presente de advertencia: o se reducen drásticamente estos latiguillos o este blog se convertirá en el látigo justiciero de quienes tan impunemente los emplean.