Hubo tiempos en los que los estudiosos se preguntaban por la verdad, los pensadores discurrían acerca del bien y del mal e incluso había espíritus cultivados que debatían en torno a la belleza... Hoy las cosas son de otro modo: aunque haya determinados restos de inquietud por esas cuestiones, difícilmente traspasan la frontera de la opinión pública.
Y lo curioso es que tal ocultamiento, crepúsculo o agonía no ha dado paso propiamente a un vacío cultural. Por el contrario, parece como si permaneciera el mismo fervor formal de antaño aunque hogaño la sustancia sea muy otra: o sea, la misma joya, pero en bisutería. Intentaré ilustrar el anterior aserto con algunas hipótesis, comenzando por la actual apoteosis de lo saludable.
Pienso que la tradicional preocupación sobre qué sea el hombre así como las cuestiones conexas al de dónde vengo y a dónde voy -la antropología filosófica en definitiva-, ha dejado paso a una obsesión mucho más llevadera que se centra exclusivamente en lo que es saludable, en una gigantesca preocupación por los aspectos más variopintos de lo que es bueno o malo... para la salud corporal.
En efecto, lo relativo a la salud ha crecido, diríase que de modo cancerígeno, hasta llenar multitud de espacios de opinión. Hoy casi todo se aprecia desde este aspecto. Y este aspecto es, muchas veces, el único que se aprecia. Y proliferan estudios científicos, programas matinales de televisión, libros, revistas (gratuitas para los clientes de las farmacias), innumerables sitios de Internet, consultorios radiofónicos, etc., etc.
A su vez, esta drástica reducción de la antropología a la salud ha sido la antesala de otra que ha llevado a restringir lo saludable exclusivamente a la alimentación, menudeando los estudios y debates en torno a la conveniencia o no de tales o cuales alimentos, al establecimiento de dosis diarias recomendadas de muchos de ellos o al culto reverente de determinadas dietas, mediterráneas o no tanto.
Finalmente ha sido posible arribar a un nuevo axioma fundante, ampliamente asumido y difundido: Somos lo que comemos. Sobre él se edifica segura la nueva antropología, ciertamente alejada de las antiguas preguntas fundamentales.