Detecto una creciente incomodidad con el excesivo papel que han acabado ocupando los tertulianos profesionales. Y es que algunos son incansables: aprovechan el viaje a la capital y actúan durante cuarenta y ocho horas prácticamente seguidas, encadenando programas de tarde y de noche, madrugadas de radio y alboradas televisivas...
En consecuencia, casi a cualquier hora se puede escuchar o ver (o las dos cosas) una tertulia de análisis político. Lo curioso es que, salvo contadísimas excepciones, los analistas de la cosa política son siempre... ¡periodistas! (algunos, por cierto, nos acompañan con el mismo ímpetu desde los primeros compases de la Transición...)
Aunque lo que en realidad me indigna es la ausencia que esa omnipresencia pone de manifiesto. Me explico: ¿dónde están los políticos profesionales? ¿quizá en programas más especializados, en sesudos canales de alto debate político? No parece... También con contadas excepciones, nuestros representantes políticos tienen muy presente aquello de que por la boca muere el pez y, astutamente, actúan en consecuencia...
Les escucharemos -a los políticos al uso- sólo en los titulares de los telediarios, colocando una jabonosa obviedad al sufrido telespectador o estoqueando aviesamente al líder del partido antagonista. Pero nada más. Al parecer, nadie les exige un mínimo de preparación profesional o un ejercicio más o menos ordenado y eficaz de los deberes de su oficio.
Así que la lidia ordinaria queda en manos de los tertulianos, muchos de ellos, como decía, periodistas de largo recorrido, capaces de opinar sobre casi todo sin el menor titubeo. Y, quizá para ayudarles, también comienza a ser muy frecuente que sean la propia audiencia quien, mediante diversos métodos telemáticos, ocupe una buena parte de la programación supuestamente informativa con intervenciones, votaciones, ocurrencias y comentarios de todo tipo.
En resumen: los periodistas hacen de políticos; los espectadores, de becarios; y los políticos... ¡ven tranquilamente la televisión!
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