29 de mayo de 2012

Estatal y colectivo



Vivimos en la apoteosis conceptual de lo público. Buen ejemplo de ello son las reiteradas admoniciones que recibimos los ciudadanos para utilizar el denominado transporte público. Desde diversas instancias se cantan sus excelencias a toda hora aunque, si bien se mira, no se ponderan tanto las ventajas que objetivamente puede ofrecer como medio de transporte sino, más bien, la oportunidad que ofrece al usuario de demostrar con hechos su civismo y su solidaridad (se supone que frente al incívico e insolidario ciudadano que se desplaza en su propio vehículo...)

Al respecto, y como también se dice ahora, un par de cositas:

Cuando en estos casos se utiliza el adjetivo público indudablemente se está haciendo en consideración a la titularidad del medio de transporte, es decir, es público porque el dueño del autobús o del metro es un organismo oficial. Y quizá por ello hay quienes niegan tal condición... ¡¡a los taxis!! De nuevo parece actuar aquí, entre bambalinas, un oscuro censor de las conductas que escapan al control estatal.

De acuerdo con el criterio de la titularidad del vehículo y no tanto con el más evidente criterio de su accesibilidad -exclusiva o universal-, consideraremos transporte público a las comitivas de coches oficiales y, como decía, le negaremos tal condición a los taxis que están a disposición de cualquiera.

Y es que, en realidad, en la bonita expresión transporte público se esconden otros dos conceptos mucho menos atractivos desde el punto de vista de la propaganda: suelen referirse a medios estatales, autonómicos o municipales y, siempre, a vehículos de transporte colectivo.



28 de mayo de 2012

Malditos funcionarios



El otro día estuve en una jornada de formación junto a otros funcionarios, en un organismo oficial. En ese ambiente es típico hacer reflexiones acerca de los rasgos que nos caracterizan como grupo. En este caso ambas profesoras, la de la mañana y la de la tarde, comenzaron sus respectivas sesiones con este tipo de consideraciones.

Yo pensaba, mientras tanto, que en la vida de cada funcionario hay tres etapas bien delimitadas: los años previos a aprobar la oposición, los años de desempeño de puestos en la administración y, finalmente, los años posteriores a la jubilación. Pues bien: resulta que -de hacer caso a las opiniones mayoritarias-, en la primera etapa somos los mejores, los más valiosos y brillantes; en la segunda, como por ensalmo, pasamos a ser considerados lo peor, la causa última de todas las desdichas y el más evidente de los males patrios; habrá que esperar a la jubilación, tras la cual los más son recordados con afecto por compañeros, colaboradores y público en general.

¡Paradójica reputación la de los funcionarios! Me temo que sólo el recuerdo afectuoso tras la jubilación es adecuado a la realidad. Ni éramos tan buenos el día que aprobamos la oposición ni tan malos a partir de la toma de posesión.

He dicho.


27 de mayo de 2012

Lo público y lo privado

Hablando un día de lo público y lo privado, de las ventajas e inconvenientes de un sistema y del otro, me dijo mi buen amigo Cirilo:

-Mira, hay una imagen muy gráfica que representa lo más característico de cada modelo.

-¿Una imagen?

-Bueno, en realidad son dos. Verás. Creo que "lo privado" queda muy bien representado en la típica visión del repartidor de pizzas a domicilio, yendo a todo gas un sábado por la noche, esquivando coches y aparcando en la acera... Cuando le abren la puerta, la pizza aún está caliente.

-¿Y quién representa a "lo público"?

-Pues a ese nivel de la escala laboral, los controladores de la ORA o del SER son la mejor imagen de "lo público". Por lo sosegado de su actividad, por el inestimable servicio que rinden a la comunidad y... por la simpatía que despiertan entre los conductores.

Me quedé pensativo. Para colmo, las multas llegan ya frías.


26 de mayo de 2012

Anoche, en Urgencias


Ayer estuvimos de nuevo en las urgencias del hospital.

Cerca de la media noche nos dijo uno de los celadores:

-Creo saber cuáles son los dos principios que hoy sostienen todo este entramado. La gente cree que son los de siempre: la salud de los pacientes y el ejercicio de la medicina por parte de los médicos.... Pero hace tiempo que ya no es realmente así.

-De hecho -continuó-, esto se llama Seguridad Social y ése es el primer cambio. Fijaos que no pone Salud Personal, como cabría esperar. Y en realidad de lo que se cuidan es de aquello, de la seguridad social, lo que de verdad les alerta y les pone en marcha es evitar sucesos que puedan alarmar a la población y, por tanto, incomodar al gobierno... Desde el aceite de colza en tiempos de la UCD, hasta la reciente gripe A pasando por las llamadas vacas locas. Es decir, atienden prioritariamente lo que puede comprometer al sistema, sanitario en principio, pero en sentido general después... La salud personal hace tiempo que no es determinante.

-¿Y...el segundo principio?, le preguntamos todavía incrédulos.

-Pues el otro motor real de las actuaciones médicas parece ser el de la exclusiva preponderancia de los protocolos. Casi todo está preestablecido en normas y pautas sanitarias aprobadas previamente por la Superioridad. Así el agente sanitario no incurre en riesgos innecesarios y evita fastidiosos problemas de denuncias, reclamaciones, etc. Si él se limita a seguir el protocolo nada tendrá que temer. Se acoge a la protección del sistema que velará por él con el denuedo que le caracteriza frente a todo cuanto pueda comprometerle.

-O sea, -resumió mi cuñada- que para este sistema ya no hay ya ni pacientes ni médicos propiamente dichos. No hay pacientes porque lo de la salud personal parece haberse eclipsado y no hay médicos porque ejercen casi sin responsabilidad individual, evitando cualquier decisión no contemplada en los papeles...

Salimos a estirar las piernas. Las máquinas de sandwiches estaban fuera de servicio y la de las botellas de agua sólo admitía el importe exacto. Una congoja se nos clavó en el alma.



21 de mayo de 2012

Edgar Neville en Mayte Commodore




Curioseando acerca de la vida y obra de Edgar Neville me encuentro con un espléndido artículo de Eugenio Suárez del que copio este recuerdo, retrato de toda una época:

"Edgar, además de ser un buen conocedor de la gastronomía tenía un apetito voraz, traducido en una notable obesidad. El exceso de grasas o la causa que fuere dificultaba su respiración, jadeante y entrecortada, y se dormía en cualquier parte. Un grupo variable de amigos, que habitábamos las cercanías, nos reuníamos en el restaurante que Mayte, su propietaria, tenía en la plaza de la República Argentina.

Mayte era una raquera santanderina menuda, guapa, simpática, emprendedora y muy lista. Llegó a Madrid adolescente y desempeñó varios oficios, entre otros de secretaria de algún gran abogado. Con buena mano para la cocina, que le había transmitido su madre, abrió una pequeña casa de comidas, hacia el final de la calle Príncipe de Vergara, y reunió a una buena clientela de hombres (las mujeres aún salían poco solas o por su cuenta), magistrados, diplomáticos, gestores de negocios, famosos doctores, la mayoría jubilados y con buen diente. Un menú corto y bien hecho propició la asiduidad de aquellos varones, viejos lujuriosos que se contentaban con ser servidos por una chica atractiva y siempre sonriente. 

Luego abrió el que estaba en los bajos del hotel Commodoro y allí recalábamos para tomar la última copa y por allí empezó a verse a gentes del teatro y toreros de tronío. Edgar Neville era uno de los asiduos, pero al segundo whisky se quedaba roque. Los parroquianos abandonábamos el local, formándose cierta algarabía cerca de la puerta, y cuando su acompañante, Conchita o persona amiga, le sacudió los hombros con la advertencia «Vamos, Edgar. Aquí no se puede dormir», contestó con sorna balbuceante: «Y que lo digas; con el ruido que armáis...»"