26 de mayo de 2012

Anoche, en Urgencias


Ayer estuvimos de nuevo en las urgencias del hospital.

Cerca de la media noche nos dijo uno de los celadores:

-Creo saber cuáles son los dos principios que hoy sostienen todo este entramado. La gente cree que son los de siempre: la salud de los pacientes y el ejercicio de la medicina por parte de los médicos.... Pero hace tiempo que ya no es realmente así.

-De hecho -continuó-, esto se llama Seguridad Social y ése es el primer cambio. Fijaos que no pone Salud Personal, como cabría esperar. Y en realidad de lo que se cuidan es de aquello, de la seguridad social, lo que de verdad les alerta y les pone en marcha es evitar sucesos que puedan alarmar a la población y, por tanto, incomodar al gobierno... Desde el aceite de colza en tiempos de la UCD, hasta la reciente gripe A pasando por las llamadas vacas locas. Es decir, atienden prioritariamente lo que puede comprometer al sistema, sanitario en principio, pero en sentido general después... La salud personal hace tiempo que no es determinante.

-¿Y...el segundo principio?, le preguntamos todavía incrédulos.

-Pues el otro motor real de las actuaciones médicas parece ser el de la exclusiva preponderancia de los protocolos. Casi todo está preestablecido en normas y pautas sanitarias aprobadas previamente por la Superioridad. Así el agente sanitario no incurre en riesgos innecesarios y evita fastidiosos problemas de denuncias, reclamaciones, etc. Si él se limita a seguir el protocolo nada tendrá que temer. Se acoge a la protección del sistema que velará por él con el denuedo que le caracteriza frente a todo cuanto pueda comprometerle.

-O sea, -resumió mi cuñada- que para este sistema ya no hay ya ni pacientes ni médicos propiamente dichos. No hay pacientes porque lo de la salud personal parece haberse eclipsado y no hay médicos porque ejercen casi sin responsabilidad individual, evitando cualquier decisión no contemplada en los papeles...

Salimos a estirar las piernas. Las máquinas de sandwiches estaban fuera de servicio y la de las botellas de agua sólo admitía el importe exacto. Una congoja se nos clavó en el alma.



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